Queridos hermanos en el episcopado,
queridos hermanos y hermanas
Os recibo con alegría tras la beatificación de Floribert Bwana Chui. Saludo a los obispos presentes, especialmente a los de la República Democrática del Congo, entre los que está el obispo de Goma, diócesis en la que vivió el nuevo beato. Saludo a la madre y a los familiares del beato Floribert, así como a la Comunidad de Sant’Egidio, a la que pertenecía. Este joven encontró el martirio en Goma el 8 de julio de 2007. Lo recuerdo con las palabras que el amado papa Francisco dijo a los jóvenes en Kinshasa durante su viaje apostólico al Congo: “Un joven como ustedes, Floribert Bwana Chui, [...] con solo veintiséis años, fue asesinado en Goma por no dejar pasar productos alimentarios en mal estado, que habrían sido nocivos para la salud de la gente. [...] Como cristiano rezó, pensó en los demás y decidió ser honesto, diciendo no a la suciedad de la corrupción. Esto significa mantener las manos limpias, mientras que las manos que trafican con dinero se manchan de sangre. [...] Ser honestos es resplandecer en el día, es difundir la luz de Dios, es vivir la bienaventuranza de la justicia: vence al mal, haciendo el bien» (2 de febrero de 2023).
¿De dónde le venía la fuerza para resistirse a la corrupción, tan difusa en la mentalidad corriente y capaz de provocar todo tipo de violencia? La decisión de mantener las manos limpias –era funcionario de aduanas– se formó gracias a la oración, a la escucha de la Palabra de Dios y a la comunión con los hermanos.
Vivía la espiritualidad de la Comunidad de Sant’Egidio, que el papa resumió con las tres pes: oración (preghiera), pobres y paz. Los pobres eran decisivos en su vida. El beato Floribert vivía una familiaridad activa con los niños de la calle que habían llegado a Goma huyendo de la guerra huérfanos y despreciados. Los amaba con la caridad de Cristo: se interesaba por ellos y se preocupaba por su formación humana y cristiana. La fidelidad a la oración y a los pobres hizo crecer la fuerza de Floribert. Un amigo recuerda: «Estaba convencido de que habíamos nacido para hacer cosas grandes, para incidir en la historia, para transformar la realidad».
Fue un hombre de paz. En una región tan atribulada como el Kivu, víctima de la violencia, libraba su batalla por la paz con humildad, sirviendo a los pobres, practicando la amistad y el encuentro en una sociedad rota. Una religiosa ha recordado que decía: «La Comunidad sienta a todos los pueblos a la misma mesa».
Este joven, que no se resignaba al mal, tenía un sueño, que se alimentaba con las palabras del Evangelio y de la cercanía al Señor. Muchos jóvenes se sentían abandonados y sin esperanza, pero Floribert escuchaba la palabra de Jesús: «No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros» (Jn 14,18). ¡Dios no abandona ninguna tierra! Invitaba a sus amigos a no resignarse y a no vivir solo para ellos. A pesar de todo, expresaba confianza en el futuro. Decía: «El Señor prepara un mundo nuevo donde ya no habrá guerra, donde los odios desaparecerán, donde la violencia ya no se asomará como un ladrón en plena noche. (...) Los niños crecerán en paz. Sí, es un gran sueño. Así pues, no vivamos para lo que no vale. ¡Vivamos para este gran sueño!».
Este mártir africano, en un continente rico en jóvenes, demuestra que estos pueden ser un fermento de paz “desarmada y desarmante”. Este laico congoleño pone de manifiesto el gran valor que tiene el testimonio de los laicos y de los jóvenes. Así pues, que por intercesión de la Virgen María y del beato Floribert, pueda llegar pronto la anhelada paz a Kivu, al Congo y a toda África.
1. Los testimonios y las palabras del beato Floribert Bwana Chui se han extraído de la Positio super Martyrio.
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