Ese joven se llamaba Floribert Bwana Chui bin Kositi, nació en 1981 en Goma, al este de la República Democrática del Congo, en la frontera con Ruanda, y murió en Goma, asesinado entre el 8 y el 9 de julio de 2007 por negarse a dejar pasar productos alimenticios en mal estado, nocivos para la salud de la población.
Formó parte de la Comunidad de Sant'Egidio en Goma, y fue uno de los jóvenes más fieles, generosos e inteligentes al servicio de los niños que viven en la calle. Trabajó en la aduana como "Comisario de Daños", con la tarea de intervenir en caso de que los alimentos que entraban al Congo desde Ruanda no cumplieran con los requisitos necesarios para su comercialización y consumo. El padre Dominique Karamba, decano de Saint-Esprit en Goma, ya fallecido, comentó: "Bwana Chui se negó a dejar pasar alimentos que podrían haber envenenado a mucha gente. Luego organizaron este golpe de Estado. El dinero fue la causa de su muerte. Por lo tanto, su figura puede ser un modelo para quienes luchan contra la corrupción, para quienes no quieren ser contaminados".
Hoy en Goma se abre la fase diocesana del proceso de beatificación de Floribert. Proceso de martirio, porque el joven sacrificó su vida por una integridad a la que lo llamaban no solo las leyes del Estado, sino también las del Evangelio. Una querida amiga suya, la Hna. Jeanne-Cécile, recuerda así su último encuentro con Florbert: «Me contó que habían intentado sobornarlo para que no destruyera unos alimentos en mal estado, que primero le habían ofrecido 1.000 dólares, luego más, hasta llegar a 3.000. Pero él se negó: como cristiano, no podía aceptar poner en peligro la vida de tanta gente. Le dije que había obrado bien, que al actuar así no se había convertido en cómplice del mal. Añadió: «El dinero pronto desaparecerá. Y, en cambio, ¿qué será de quienes consuman esos productos?». Continuó: «¿Vivo en Cristo o no? ¿Vivo para Cristo o no? Por eso no puedo aceptar. Es mejor morir que aceptar ese dinero». Así concluyó. Habíamos quedado en vernos de nuevo el sábado siguiente para hablar de ello. Pero no me liberé antes de las 3:00 p. m. de ese sábado. Cuando lo llamé a su celular, no contestó; ya lo habían secuestrado.
Monseñor Faustin Ngabu, gobernador de Goma en aquellos años, declaró: «Floribert murió por su honestidad. Desafortunadamente, hay mucha pobreza en el Congo. La gente dice: «Todos lo hacen en todos». Sin embargo, en Floribert veo a alguien que perdió su libertad en una situación extremadamente difícil. Lo que experimentó fue una forma característica de vivir la vida cristiana. Vivió una vida firme». La fe, el aprendizaje del Evangelio y el amor a la justicia se tradujeron en fortaleza en la historia de Floribert. Una fortaleza que comunica, que anima a la resistencia, que abre la confianza en un mundo mejor, menos oprimido por el dinero, más libre, más justo, más humano.