ORACIÓN CADA DÍA

Oración de la Vigilia
Palabra de dios todos los dias
Libretto DEL GIORNO
Oración de la Vigilia
Sábado 5 de julio


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Quien vive y cree en mí
no morirá jamas.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 27,1-5.15-29

Como hubiese envejecido Isaac, y no viese ya por tener debilitados sus ojos, llamó a Esaú, su hijo mayor: ¡Hijo mío!" El cual le respondió: "Aquí estoy." Mira, dijo, me he hecho viejo e ignoro el día de mi muerte. Así pues, toma tus saetas, tu aljaba y tu arco, sal al campo y me cazas alguna pieza. Luego me haces un guiso suculento, como a mí me gusta, y me lo traes para que lo coma, a fin de que mi alma te bendiga antes que me muera." - Ahora bien, Rebeca estaba escuchando la conversación de Isaac con su hijo Esaú. - Esaú se fue al campo a cazar alguna pieza para el padre, Después tomó Rebeca ropas de Esaú, su hijo mayor, las más preciosas que tenía en casa, y vistió a Jacob, su hijo pequeño. Luego, con las pieles de los cabritos le cubrió las manos y la parte lampiña del cuello, y puso el guiso y el pan que había hecho en las manos de su hijo Jacob. Este entró a donde su padre, y dijo: "¡Padre!" El respondió: "Aquí estoy; ?quién eres, hijo?" Jacob dijo a su padre: "Soy tu primogénito Esaú. He hecho como dijiste, Anda, levántate, siéntate, y come de mi caza, para que me bendiga tu alma." Dice Isaac a su hijo: "¡Qué listo has andado en hallarla, hijo!" - Respondió: "Sí; es que Yahveh, tu Dios, me la puso delante." Dice Isaac a Jacob: "Acércate, que te palpe, hijo, a ver si realmente eres o no mi hijo Esaú." Acercóse Jacob a su padre Isaac, el cual le palpó y dijo: "La voz es la de Jacob, pero las manos son las manos de Esaú." Y no le reconoció, porque sus manos estaban velludas, como las de su hermano Esaú. Y se dispuso a bendecirle. Dijo, pues: "?Eres tú realmente mi hijo Esaú?" Respondió: "El mismo." Dijo entonces: "acércamelo, que coma de la caza, hijo, para que te bendiga mi alma." Acercóle, y comió; le trajo también vino, y bebió. Dícele su padre Isaac: "Acércate y bésame, hijo." El se acercó y le besó, y al aspirar Isaac el aroma de sus ropas, le bendijo diciendo: "Mira, el aroma de mi hijo
como el aroma de un campo,
que ha bendecido Yahveh. ¡Pues que Dios te dé el rocío del cielo
y la grosura de la tierra,
mucho trigo y mosto! Sírvante pueblos,
adórente naciones,
sé señor de tus hermanos
y adórente los hijos de tu madre.
¡Quien te maldijere, maldito sea,
y quien te bendijere, sea bendito!"

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Si tú crees, verás la gloria de Dios,
dice el Señor.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Isaac es anciano y quiere bendecir a su hijo primogénito Esaú. Rebeca, disgustada interiormente por la decisión de Isaac de desposarse con dos extranjeras, se muestra contraria a la decisión de su esposo. Entonces maquina un ardid para que Jacob suplante a su hermano Esaú, sea bendito por su padre y reciba así el título de primogenitura, con todo lo que comporta. Para el autor bíblico no es suficiente que Dios quiera impartir la bendición para que esta sea eficaz, sino que el hombre también debe transmitirla activamente y con una voluntad específica. La narración continúa con Esaú, quien, desautorizado y lleno de odio hacia su hermano, decide asesinarlo. Jacob intentará remediar el engaño postrándose "siete veces" ante su hermano, como se narra más adelante. A pesar de todo, Dios no anulará la bendición que Jacob había recibido de su padre, aunque la haya obtenido por medio de engaños. La paz solo llega cuando se recompone la fraternidad. Este episodio demuestra que la historia del pueblo de Dios no es lineal. Y aunque los hombres se alejen de los caminos del Señor, este siempre guía a su pueblo por la vía de la salvación. Una cosa está clara: la herencia no recae en el hijo mayor y más fuerte, sino en el menor y más débil. Esta es una lógica ajena a los hombres, pero es una decisión de Dios que aparece muchas veces en las páginas de la Biblia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.