ORACIÓN CADA DÍA

Oración por los pobres
Palabra de dios todos los dias

Oración por los pobres

Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración por los pobres
Lunes 30 de junio

Recuerdo de los primeros mártires de la Iglesia de Roma durante la persecución de Nerón.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Este es el Evangelio de los pobres,
la liberación de los prisioneros,
la vista de los ciegos,
la libertad de los oprimidos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 18,16-33

Levantáronse de allí aquellos hombres y tomaron hacia Sodoma, y Abraham les acompañaba de despedida. Dijo entonces Yahveh: "?Por ventura voy a ocultarle a Abraham lo que hago, siendo así que Abraham ha de ser un pueblo grande y poderoso, y se bendecirán por él los pueblos todos de la tierra? Porque yo le conozco y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino de Yahveh, practicando la justicia y el derecho, de modo que pueda concederle Yahveh a Abraham lo que le tiene apalabrado." Dijo, pues, Yahveh: "El clamor de Sodoma y de Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo." Y marcharon desde allí aquellos individuos camino de Sodoma, en tanto que Abraham permanecía parado delante de Yahveh. Abordóle Abraham y dijo: "?Así que vas a borrar al justo con el malvado? Tal vez haya cincuenta justos en la ciudad. ?Es que vas a borrarlos, y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejas el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ?va a fallar una injusticia?" Dijo Yahveh: "Si encuentro en Sodoma a cincuenta justos en la ciudad perdonaré a todo el lugar por amor de aquéllos. Replicó Abraham: "¡Mira que soy atrevido de interpelar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza! Supón que los cincuenta justos fallen por cinco. ?Destruirías por los cinco a toda la ciudad?" Dijo: "No la destruiré, si encuentro allí a 45." Insistió todavía: "Supón que se encuentran allí cuarenta." Respondió: "Tampoco lo haría, en atención de esos cuarenta." Insistió: "No se enfade mi Señor si le digo: "Tal vez se encuentren allí treinta"." Respondió: "No lo haré si encuentro allí a esos treinta." Díjole. "¡Cuidado que soy atrevido de interpelar a mi Señor! ?Y si se hallaren allí veinte?" Respondió: Tampoco haría destrucción en gracia de los veinte." Insistió: "Vaya, no se enfade mi Señor, que ya sólo hablaré esta vez: "?Y si se encuentran allí diez?"" Dijo: "Tampoco haría destrucción, en gracia de los diez." Partió Yahveh así que hubo acabado de conversar con Abraham, y éste se volvió a su lugar.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Hijo del hombre,
ha venido a servir,
quien quiera ser grande
se haga siervo de todos.

Aleluya, aleluya, aleluya.

"?Cómo voy a ocultar a Abrahán lo que voy a hacer?" Dios siente que no puede actuar sin confiarle a su amigo las decisiones que va a tomar respecto a la historia humana. Quiere que Abrahán participe directamente en su plan de salvación. El grito por la corrupción en la que habían caído Sodoma y Gomorra había subido con fuerza al cielo. Y Dios, como leemos muchas veces en los salmos, escuchó el grito de los pobres oprimidos por el mal y por la violencia. Por eso decidió destruir las dos ciudades, que se habían convertido en símbolo del mal y de la injusticia. Pero cuando le confía a su amigo el plan que tiene, Abrahán tiene como un arrebato de compasión y de defensa de la ciudad condenada. E intercede con tanta insistencia ante el Amigo que lo convence para que desista de su propósito. Es una intercesión larga, hábil, perseverante. Hasta seis veces le insiste al Señor para que no destruya la ciudad y con ella también a los justos que en ella habitan, bien que sean pocos. El número de justos que Abrahán propone se va reduciendo hasta llegar a diez. Y Dios está dispuesto a perdonar a toda la ciudad por consideración solo de diez justos. Es una página que demuestra ante todo la fuerza de la oración que puede hacer incluso cambiar la decisión misma de Dios. Tenemos que ser más conscientes de la gran fuerza de la oración que tenemos: Dios puede actuar para destruir la violencia y el mal, y para salvar nuestras ciudades. Es necesario -y esta es otra enseñanza de esta página bíblica- orar al Señor por las ciudades de este mundo nuestro, que muchas veces se distinguen por la corrupción y los conflictos. Los cristianos -aunque sean pocos, como en las megalópolis actuales- pueden frenar la violencia del mal con su oración. Es un ministerio decisivo en este tiempo: la oración común de los cristianos por nuestras ciudades da frutos de paz y de concordia.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.