ORACIÓN CADA DÍA

Oración con María, madre del Señor
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Oración con María, madre del Señor

Recuerdo del beato Floribert Bwuana Chui, joven congoleño de la Comunidad de Sant'Egidio que fue asesinado en 2007 por unos desconocidos en Goma porque se opuso a un intento de corrupción. Leer más

Libretto DEL GIORNO
Oración con María, madre del Señor
Martes 8 de julio

Recuerdo del beato Floribert Bwuana Chui, joven congoleño de la Comunidad de Sant'Egidio que fue asesinado en 2007 por unos desconocidos en Goma porque se opuso a un intento de corrupción.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

El Espíritu del Señor está sobre ti,
el que nacerá de ti será santo.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Génesis 32,23-33

Aquella noche se levantó, tomó a sus dos mujeres con sus dos siervas y a sus once hijos y cruzó el vado de Yabboq. Les tomó y les hizo pasar el río, e hizo pasar también todo lo que tenía. Y habiéndose quedado Jacob solo, estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba. Pero viendo que no le podía, le tocó en la articulación femoral, y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél. Este le dijo: "Suéltame, que ha rayado el alba." Jacob respondió: "No te suelto hasta que no me hayas bendecido." Dijo el otro: "?Cuál es tu nombre?" - "Jacob." - En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y le has vencido. Jacob le preguntó: "Dime por favor tu nombre." - "? Para qué preguntas por mi nombre?" Y le bendijo allí mismo. Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues (se dijo): "He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva." El sol salió así que hubo pasado Penuel, pero él cojeaba del muslo. Por eso los israelitas no comen, hasta la fecha, el nervio ciático, que está sobre la articulación del muslo, por haber sido tocado Jacob en la articulación femoral, en el nervio ciático.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

He aquí Señor, a tus siervos:
hágase en nosotros según tu Palabra.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Jacob vive un momento difícil. Está volviendo a la tierra prometida, pero tiene miedo de encontrarse con su hermano Esaú, del que se había separado de manera hostil. Jacob quiere rehacer una relación pacífica con Esaú. Sabe que solo se puede alcanzar la paz si se cura la fraternidad rota. Solo y, por tanto, inseguro, Jacob debe hacer frente a una lucha con un personaje misterioso. El texto no dice inmediatamente quién es. En su largo viaje, Jacob parece haberse olvidado de la compañía de Dios. Pero el Señor no se ha olvidado de Jacob. No solo no se ha olvidado de él, sino que está a su lado y enzarza una lucha con él para que reconozca nuevamente la fuerza de su proximidad. Esta página bíblica sugiere que la vida del creyente es siempre una lucha contra uno mismo. La fidelidad al Señor siempre requiere una lucha alimentada por el temor a las cosas santas de Dios, el temor de olvidar sus palabras. El cambio de nombre que tuvo lugar en aquel momento de lucha -Jacob se llamará en adelante Israel- es un indicador de la nueva vocación, la vocación de librar junto con Dios la buena batalla para salvar a los pueblos. La lucha contra uno mismo para estar con Dios es también la lucha junto a Dios contra el mal que destruye la paz entre los pueblos. Ponerse ante Dios -aquel verse cara a cara del que habla Jacob- es el tiempo de la oración y de la escucha para poder participar junto al Señor en la historia de salvación de todos los pueblos de la tierra.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.