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Liturgia del domingo
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Liturgia del domingo

Fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, mártires en Roma alrededor de los años 60-70 del siglo I.
Recuerdo del beato Ramón Llull (+ 1316), catalán con un espíritu afín al de san Francisco que amó a los musulmanes y promovió el diálogo entre creyentes.
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Libretto DEL GIORNO
Liturgia del domingo
Domingo 29 de junio

Fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, mártires en Roma alrededor de los años 60-70 del siglo I.
Recuerdo del beato Ramón Llull (+ 1316), catalán con un espíritu afín al de san Francisco que amó a los musulmanes y promovió el diálogo entre creyentes.


Primera Lectura

Hechos de los Apóstoles 12,1-11

Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan. Al ver que esto les gustaba a los judíos, llegó también a prender a Pedro. Eran los días de los Azimos. Le apresó, pues, le encarceló y le confió a cuatro escuadras de cuatro soldados para que le custodiasen, con la intención de presentarle delante del pueblo después de la Pascua. Así pues, Pedro estaba custodiado en la cárcel, mientras la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios. Cuando ya Herodes le iba a presentar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas; también había ante la puerta unos centinelas custodiando la cárcel. De pronto se presentó el Ángel del Señor y la celda se llenó de luz. Le dio el ángel a Pedro en el costado, le despertó y le dijo: «Levántate aprisa.» Y cayeron las cadenas de sus manos. Le dijo el ángel: «Cíñete y cálzate las sandalias.» Así lo hizo. Añadió: «Ponte el manto y sígueme.» Y salió siguiéndole. No acababa de darse cuenta de que era verdad cuanto hacía el ángel, sino que se figuraba ver una visión. Pasaron la primera y segunda guardia y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. Esta se les abrió por sí misma. Salieron y anduvieron hasta el final de una calle. Y de pronto el ángel le dejó. Pedro volvió en sí y dijo: «Ahora me doy cuenta realmente de que el Señor ha enviado su ángel y me ha arrancado de las manos de Herodes y de todo lo que esperaba el pueblo de los judíos.»

Salmo responsorial

Salmo 33 (34)

Bendecir? a Yahveh en todo tiempo,
sin cesar en mi boca su alabanza;

en Yahveh mi alma se glor?a,
??iganlo los humildes y se alegren!

Engrandeced conmigo a Yahveh,
ensalcemos su nombre todos juntos.

He buscado a Yahveh, y me ha respondido:
me ha librado de todos mis temores.

Los que miran hacia ?l, refulgir?n:
no habr? sonrojo en su semblante.

Cuando el pobre grita, Yahveh oye,
y le salva de todas sus angustias.

Acampa el ?ngel de Yahveh
en torno a los que le temen y los libra.

Gustad y ved qu? bueno es Yahveh,
dichoso el hombre que se cobija en ?l.

Temed a Yahveh vosotros, santos suyos,
que a quienes le temen no les falta nada.

Los ricos quedan pobres y hambrientos,
mas los que buscan a Yahveh de ning?n bien carecen.

Venid, hijos, o?dme,
el temor de Yahveh voy a ense?aros.

?Qui?n es el hombre que apetece la vida,
deseoso de d?as para gozar de bienes?

Guarda del mal tu lengua,
tus labios de decir mentira;

ap?rtate del mal y obra el bien,
busca la paz y anda tras ella.

Los ojos de Yahveh sobre los justos,
y sus o?dos hacia su clamor,

el rostro de Yahveh contra los malhechores,
para raer de la tierra su memoria.

Cuando gritan aqu?llos, Yahveh oye,
y los libra de todas sus angustias;

Yahveh est? cerca de los que tienen roto el coraz?n.
?l salva a los esp?ritus hundidos.

Muchas son las desgracias del justo,
pero de todas le libera Yahveh;

todos sus huesos guarda,
no ser? quebrantado ni uno solo.

La malicia matar? al imp?o,
los que odian al justo lo tendr?n que pagar.

Yahveh rescata el alma de sus siervos,
nada habr?n de pagar los que en ?l se cobijan.

Segunda Lectura

Segunda Timoteo 4,6-8.17-18

Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación. Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todos los gentiles. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará guardándome para su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Lectura del Evangelio

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Mateo 16,13-19

Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «?Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ?quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.»

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Ayer fui sepultado con Cristo,
hoy resucito contigo que has resucitado,
contigo he sido crucificado,
acuérdate de mí, Señor, en tu Reino.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Homil?a

Hoy se celebra la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, un recuerdo que acompaña la historia de la Iglesia, especialmente de la comunidad cristiana de Roma, donde los dos apóstoles dieron testimonio de su fe los últimos años de su vida hasta el martirio. Jesús llamó a Pedro mientras arreglaba las redes a orillas del mar de Galilea. Era un simple pescador, pero deseaba que surgiera un mundo nuevo. Por eso, en cuanto Jesús lo llamó a una vida más abierta y a pescar hombres en lugar de peces, "al instante, dejando las redes, le siguió". Pero el verdadero Pedro -el discípulo al que Jesús le confía su rebaño- es el hombre débil que se deja tocar por el Espíritu de Dios y proclama antes que nadie: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo", como hemos leído en el Evangelio (Mt 16,16). El Señor convirtió aquella debilidad en la "piedra" del edificio espiritual del que todos formamos parte. Pablo, en su juventud estuvo junto a los que lapidaban a Esteban: guardaba los mantos de los lapidadores. Ponía un fuerte empeño en combatir a la joven comunidad cristiana. Logró incluso que le autorizaran a perseguirla. Pero en el camino de Damasco el Señor le hizo caer de sus seguridades y de su orgullo. Envuelto en polvo, levantó los ojos al cielo y vio al Señor que le dijo: "?Por qué me persigues?". Saulo sintió que le tocaban el corazón: de sus ojos no salieron lágrimas, sino que se quedaron cerrados. Dejó que le llevaran de la mano hasta Damasco donde, tras escuchar el Evangelio, abrió nuevamente los ojos y se convirtió en un predicador de la Palabra que derriba los muros de división: ya no había judío ni griego, ni esclavo ni libre. Hoy la Iglesia los recuerda juntos para componer a través de la unidad su precioso testimonio. Ambos, con sus distintas riquezas y con su carisma marcaron la Iglesia única de Cristo. Mientras que en el corazón de muchas personas vuelven a levantarse fronteras que separan a unos de otros, su testimonio no deja de predicar aquel amor sin fronteras que es el único que puede salvar a nuestro mundo. Hacen falta la fuerza de la fe de Pedro y la universalidad de la fe de Pablo para mostrar a todos el camino de la salvación.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.