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Recuerdo de san Pablo VI (+ 1978), papa. Leer más

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Jueves 29 de mayo

Recuerdo de san Pablo VI (+ 1978), papa.


Lectura de la Palabra de Dios

Aleluya, aleluya, aleluya.

Yo soy el buen pastor,
mis ovejas escuchan mi voz
y devendrán
un solo rebaño y un solo redil.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Hechos de los Apóstoles 18,1-8

Después de esto marchó de Atenas y llegó a Corinto. Se encontró con un judío llamado Aquila, originario del Ponto, que acababa de llegar de Italia, y con su mujer Priscila, por haber decretado Claudio que todos los judíos saliesen de Roma; se llegó a ellos y como era del mismo oficio, se quedó a vivir y a trabajar con ellos. El oficio de ellos era fabricar tiendas. Cada sábado en la sinagoga discutía, y se esforzaba por convencer a judíos y griegos. Cuando llegaron de Macedonia Silas y Timoteo, Pablo se dedicó enteramente a la Palabra, dando testimonio ante los judíos de que el Cristo era Jesús. Como ellos se opusiesen y profiriesen blasfemias, sacudió sus vestidos y les dijo: «Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza; yo soy inocente y desde ahora me dirigiré a los gentiles.» Entonces se retiró de allí y entró en casa de un tal Justo, que adoraba a Dios, cuya casa estaba contigua a la sinagoga. Crispo, el jefe de la sinagoga, creyó en el Señor con toda su casa; y otros muchos corintios al oír a Pablo creyeron y recibieron el bautismo.

 

Aleluya, aleluya, aleluya.

Les doy un mandamiento nuevo:
que se amen los unos a los otros.

Aleluya, aleluya, aleluya.

Corinto era una ciudad griega cosmopolita y famosa por su puerto y por el comercio. Al entrar en la ciudad, Pablo se dirige directamente a los populosos barrios del puerto. Allí encuentra a Áquila y Priscila, una pareja de judeocristianos expulsados de Roma por un edicto del emperador Claudio contra los judíos. La administración romana no distinguía entre los dos grupos, los judíos convertidos al cristianismo y el resto de judíos. Pablo se aloja con esta familia y trabaja en su casa para ganarse el pan. El sábado, como de costumbre, va a la sinagoga para explicar a todos que Jesús es el Mesías. Es significativa la anotación del autor de los Hechos sobre la actividad de Pablo: "Se dedicó enteramente a la palabra". Es una indicación que debería dar que pensar a las comunidades cristianas de hoy para redescubrir la urgencia de comunicar de nuevo el Evangelio. La perspectiva misionera debe encontrar la primacía de la Palabra en la vida de los creyentes. Esta era la urgencia de Pablo al entregarse en cuerpo y alma al Evangelio; y no faltaron los frutos ya que incluso Crispo, el jefe de la sinagoga, se convirtió. Corinto vio nacer a una numerosa comunidad formada en gran parte por comerciantes, marinos, esclavos y libertos. Se podría decir que era una comunidad de personas del puerto, un grupo muy vivaz, dinámico y, al mismo tiempo, complejo y con bastantes problemas de convivencia. Aquella comunidad era por tanto un signo de esperanza no solo para aquellas personas del puerto sino para toda la ciudad de Corinto. Eso mismo es lo que se pide a nuestras comunidades cristianas, que a menudo son minoritarias dentro del pluralismo y la complejidad de las ciudades modernas, se les llama a ser casas de paz y de amor que humanicen a toda la ciudad.

La oración es el corazón de la vida de la Comunidad de Sant’Egidio, su primera “obra”. Cuando termina el día todas las Comunidades, tanto si son grandes como si son pequeñas, se reúnen alrededor del Señor para escuchar su Palabra y dirigirse a Él en su invocación. Los discípulos no pueden sino estar a los pies de Jesús, como María de Betania, para elegir la “mejor parte” (Lc 10,42) y aprender de Él sus mismos sentimientos (cfr. Flp 2,5).

Siempre que la Comunidad vuelve al Señor, hace suya la súplica del discípulo anónimo: “¡Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Y Jesús, maestro de oración, continúa contestando: “Cuando oréis, decid: Abbá, Padre”.

Cuando oramos, aunque lo hagamos dentro de nuestro corazón, nunca estamos aislados ni somos huérfanos, porque somos en todo momento miembros de la familia del Señor. En la oración común se ve claramente, además del misterio de la filiación, el de la fraternidad.

Las Comunidades de Sant'Egidio que hay por el mundo se reúnen en los distintos lugares que destinan a la oración y presentan al Señor las esperanzas y los dolores de los hombres y mujeres “vejados y abatidos” de los que habla el Evangelio (Mt 9,37). En aquella gente de entonces se incluyen los habitantes de las ciudades contemporáneas, los pobres que son marginados de la vida, todos aquellos que esperan que alguien les contrate (cfr. Mt 20).

La oración común recoge el grito, la aspiración, el deseo de paz, de curación, de sentido de la vida y de salvación que hay en los hombres y las mujeres de este mundo. La oración nunca es vacía. Sube incesante al Señor para que el llanto se transforme en alegría, la desesperación en felicidad, la angustia en esperanza y la soledad en comunión. Y para que el Reino de Dios llegue pronto a los hombres.